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POBREZA MULTIDIMENSIONAL: NO LA OLVIDEMOS

Por ComexPerú / Publicado en Junio 05, 2020 / Semanario 1028 - Economía

Indudablemente, reducir la pobreza es una de las luchas más importantes a nivel global, la cual sufrirá un gran retroceso a causa de la COVID-19 y las medidas establecidas para frenar su propagación. La actual crisis ha demostrado que nuestros indicadores de pobreza no son suficientes. Para las familias más vulnerables, la falta de acceso a los servicios básicos, las condiciones de sus viviendas o de acceso al servicio de salud limitan aún más su capacidad para cumplir con las medidas de contención y distanciamiento físico, y como consecuencia aumentan su exposición a la infección. Estas aristas no se capturan con la medición actual de pobreza bajo un enfoque monetario, sino que este requiere ser complementado con una medición multidimensional.

Sin embargo, nuestro país se ha quedado atrás en abordar esta problemática de manera más integral. Si bien el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) reporta la pobreza monetaria, que emplea el gasto de los hogares para la adquisición de una canasta básica de consumo, a la fecha no tenemos una medida oficial de la pobreza multidimensional. Dicha medición, complementaria a la pobreza monetaria, al considerar niveles de acceso a educación, salud y condiciones de vivienda, permitirá evaluar las oportunidades de desarrollo de la población, así como focalizar mejor los recursos del Estado para ese fin. La vulnerabilidad de un hogar va más allá de los ingresos que percibe y la pobreza multidimensional muestra un panorama más completo.

En este contexto, se han realizado algunos estimados internacionales, pero que difícilmente se adaptan a nuestra realidad. Por ejemplo, en julio de 2019, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Iniciativa de Pobreza y Desarrollo Humano de la Universidad de Oxford (OPHI, por sus siglas en inglés) presentaron el Global Multidimensional Poverty Index 2019, que compara la pobreza multidimensional en más de 100 países, a través del Índice de Pobreza Multidimensional. De acuerdo con los resultados de dicho informe (ver Semanario 992), el Perú pasó de tener un 20% de pobres multidimensionales en 2006 a un 12.7% en 2019, cifras que sorprenden y pasaron un poco desapercibidas. Además, los cálculos para el Perú se estimaron a partir de la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes) 2012, lo cual demuestra cierto desfase y poca adaptabilidad. Si bien estas medidas deben ser entendidas en su contexto —una comparación internacional—, cubren necesidades bastante básicas y están lejos de las aspiraciones que deberíamos tener en la política pública.

¿QUÉ ESTAMOS HACIENDO?

En febrero del presente año, el Gobierno finalmente anunció que la PM comenzará a medirse a partir de 2021 como un indicador complementario para abordar esta problemática. Dicho anuncio se dio luego de más de cuatro años de espera, pues el INEI firmó un convenio con la OPHI, entidad pionera en este tipo de medidas, para recibir capacitación teórica y práctica, así como sobre los usos de política pública que este tipo de indicadores podría tener. En este sentido, hacemos un llamado para que esta medición no se retrase más, pues permitiría reflejar una realidad más completa respecto al acceso y calidad de servicios, así como condiciones necesarias para brindar igualdad de oportunidades. En la región, países como México, Colombia, Chile, El Salvador, Ecuador, Panamá, República Dominicana, Costa Rica y Honduras ya miden la pobreza multidimensional.

Por ello, desde ComexPerú hemos realizado un ejercicio para estimar la PM, que comprende los tres pilares antes mencionados: (i) educación, (ii) salud y (iii) condiciones de vivienda, lo cual permitiría visibilizar una realidad más holística de la pobreza. Cabe aclarar que estos no diferencian entre un hogar de una zona urbana o rural, como lo hace parte de la literatura, pues de lo contrario estaríamos aceptando que existen derechos diferenciados[1]. Además, una persona es pobre si su hogar experimenta privación en al menos un tercio de los indicadores ponderados por su peso, tal como se muestra a continuación.


Según estimados propios, con base en cálculos de la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho), un 42.4% de la población en nuestro país, es decir, cuatro de cada diez son pobres multidimensionalmente. Si bien existió una reducción en 2019 —1.8 puntos porcentuales (pp) en comparación con los 0.3 pp de caída en la pobreza monetaria—, los resultados aún son bastante alarmantes. Entre 2004 y 2019, la pobreza monetaria ha caído 38.5 puntos porcentuales (pp), producto del crecimiento económico principalmente, mientras que la multidimensional ha disminuido 33 pp. Si bien ambas reducciones son logros importantes y dignas de destacar, la realidad es que todavía existen grandes brechas en servicios públicos donde como país tenemos un gran desafío por delante.

Sin embargo, si analizamos la intensidad de la PM, definida como la proporción de carencias que una persona sufre al mismo tiempo, la historia es distinta. Entre 2004 y 2019, vemos que esta ha caído 15.8 pp, del 60.7% al 44.9%. Es decir, los hogares pobres siguen sufriendo privaciones en una proporción más o menos parecida a la de hace 16 años o, al menos, estas no se han reducido en la misma magnitud que la pobreza monetaria. Esto evidencia que ha habido una mejora en los ingresos de las familias, con base en un crecimiento económico impulsado por principios como la libertad de mercado, la apertura comercial y el impulso de la inversión privada, pero que el Estado no ha cumplido su rol de provisión de servicios públicos de calidad.

Por ejemplo, la privación que más ha bajado ha sido salud (-41.2 pp), lo cual responde a una política de expansión del aseguramiento de salud, mientras que las privaciones en educación (-14.9 pp) y vivienda (-19.9 pp) no han bajado en la misma magnitud. En otras palabras, la gestión del Gobierno central y de los Gobiernos regionales respecto de sus competencias en educación y salud, y de los Gobiernos locales con sus responsabilidades en vivienda (saneamiento), no han estado a la altura.

Si bien la pobreza monetaria se ha reducido y hemos mejorado, los avances no han ocurrido en la misma proporción en cuanto a igualdad de oportunidades. Incluso, ahora los departamentos más pobres ya no son Cajamarca (51.6%) o Huancavelica (56%), sino Ucayali (59.5%), Huánuco (59.5%) y Loreto (58.2%), los que reportan alrededor de un 30% de pobreza monetaria. ¿Acaso no nos suenan familiares? Precisamente son algunos de los departamentos más rezagados en la lucha contra la COVID-19 por la falta de servicios básicos y, en general, donde más difícilmente llega el Estado. Por ello, una medida multidimensional nos ayudaría a focalizar mejor el presupuesto.


Sabemos que la coyuntura es desafiante y hay muchos procesos que se han venido postergando; sin embargo, la necesidad de contar con una medición de pobreza más integral es apremiante para mejorar la focalización de políticas. Más allá del ejercicio propuesto, que podría ser complementado con indicadores de nutrición, hacinamiento, etc., y que requiere mayor debate, se necesita una medida oficial. No solo se trata de una estadística o un número, sino de contar con información que nos permita verdaderamente mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y las condiciones para desarrollar su potencial. 


[1] Por ejemplo, si un hogar de una zona rural cocina con leña se considera una privación por la contaminación interna de la vivienda, a pesar de que esta sea una práctica culturalmente extendida en diversas zonas del país.

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