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Una ley poco saludable
By ComexPerú / Published in June 27, 2016 / Weekly 850 - Facts of Importance

A diario vemos
cómo nuestros representantes, en el Ejecutivo o en el Legislativo, diseñan,
proponen y ejecutan políticas públicas, las cuales tienen un impacto en la
economía, ya sea directo o indirecto. Sin duda, estas decisiones, que exigen un
minucioso análisis previo, deberían estar orientadas a mejorar el bienestar de
todos los peruanos. Sin embargo, nuestros representantes no pueden, o al menos
no deben, tomar decisiones que sobrepasen el alcance de sus funciones. Es
decir, el Estado también tiene límites y reglas que debe respetar, así como un
rol que debe cumplir (ver Semanario N.° 838).
Lamentablemente, este rol suele confundirse en reiteradas ocasiones, lo que
conduce a que iniciativas excesivamente intervencionistas sean aprobadas e
incluso apoyadas por parte de la población. Al respecto, analizaremos la Ley
N.° 30021, Ley de Promoción de la Alimentación Saludable para Niños, Niñas y
Adolescentes[1].
Como punto de
partida, debemos entender las principales disposiciones de la referida ley,
cuyo objetivo sería “proteger” el derecho a la salud pública. Primero,
incorpora programas que promueven hábitos alimentarios saludables en el diseño
curricular de educación básica. Segundo, obliga a las instituciones básicas a
fomentar la práctica de actividad física de los alumnos. Tercero, prohíbe el
uso de campañas publicitarias para incentivar el consumo de alimentos con
contenido elevado de grasas y azúcares (a los que, sin ningún sustento técnico,
se cataloga coloquialmente como alimentos “chatarra”). Cuarto, solicita que el
empaquetado de estos productos incluya advertencias sobre los efectos negativos
de su consumo. Quinto, exige que los quioscos y comedores escolares vendan
exclusivamente alimentos y bebidas “saludables”, según los estándares del
Ministerio de Salud.
De lo anterior,
se desprende el verdadero objetivo de la ley que, lejos de defender un derecho,
impone una obligación: la de proveer y consumir alimentación considerada
“saludable”. Así, papá Estado considera que consumir alimentos chatarra o “no
saludables” es dañino para nuestra salud, por lo que establece su prohibición.
Normas como esta, cuyo objetivo pareciese tan benevolente y paternal, son difíciles
de cuestionar, lo que permite que sean aprobadas sin ser sometidas a un
riguroso análisis previo. Incluso, cuentan con el apoyo de “especialistas
internacionales”, lo cual para muchos es prueba suficiente de sus bondades. En
consecuencia, estas normas no son únicamente aprobadas e implementadas en
nuestro país, sino que su populismo transciende fronteras. Por ejemplo, en los
próximos días entrará en vigencia la Ley N.° 20606 en Chile, Ley de Etiquetado
de Alimentos, con el mismo fin de disminuir la demanda por productos
“chatarra”.
No obstante,
aunque nos cueste creerlo, el Estado no tiene la función de “protegernos” de
nuestras propias acciones o decisiones, ni debe restringir nuestra libertad de
elección. Por ello, para justificar la intervención, los defensores de esta ley
han desarrollado nuevos argumentos, que apelan a la función del Estado para
corregir fallas de mercado. Por ejemplo, se afirma que el consumo de comida
chatarra es el principal causante de obesidad y desnutrición infantil, lo que a
su vez incrementa el riesgo de padecer otras enfermedades[2].
Ahora bien, si una persona se enferma debido al consumo de productos chatarra,
puede elegir entre atenderse en un centro de salud público o privado. Si escoge
un centro público, los costos asociados a su salud serían financiados con gasto
público, es decir, con el aporte de todos los contribuyentes. Así pues, los
costos de salud no serían interiorizados por el consumidor de comida chatarra,
pero sí implicarían un costo para todos los peruanos, por lo que se produciría
una falla de mercado.
En ese sentido,
la intervención del Estado podría ser una opción, siempre y cuando los costos
asociados a la regulación (fallas de gobierno) sean menores a las fallas de
mercado. Y es que para corregir estas últimas, que se generan porque los
individuos no interiorizan los costos de salud, no basta con intervenir en el
mercado alimenticio. Por el contrario, el Estado debería intervenir activamente
para desincentivar los diversos hábitos que pudiesen causar obesidad u otras
enfermedades, por ejemplo, el sedentarismo de nuestros niños. Al respecto, los
niños de esta generación tienen mayor acceso a servicios tecnológicos como
internet, televisión y juegos electrónicos, los cuales fomentan el
sedentarismo. Por tanto, la ley de alimentación saludable debería
complementarse con nuevas normas que regulen los servicios tecnológicos
dirigidos a niños y adolescentes. ¿Le parece razonable esta afirmación?
Claramente no, pues las fallas de gobierno han demostrado ser mayores que las
de mercado.
En conclusión, la ley de alimentación saludable no respeta las reglas de una buena intervención gubernamental, lo que es incluso peor si se considera su pésimo diseño (ver Semanario N.° 774). Esperemos que nuestro próximo Gobierno sepa tomar cartas en el asunto.
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